La imagen pública ante las pasiones

Enrique VIII, Jorge Tercero, la reina Victoria o Elizabet II … O Gaby Gol. No importa si eres
un rey histórico de un poderoso país o una humilde ciudadana que lucha por tratar de
destacar en su oficio; quizás seas una mujer que creció con pocas oportunidades, quizás
con muchas… Pero todos, incluso los más privilegiados como ellos, vivimos sus propias
batallas de imagen y percepción.
La percepción es la que nos impulsa a alcanzar lo que conocemos como el éxito social:
reconocimiento y dinero, o en otras palabras, ser lo que no somos. La reputación y
nuestra imagen pública se construye sola a partir de ese camino de percepciones sobre el
que no tenemos control… Excepto cuando nos hacemos conscientes de ello.
Hoy me dedico a la realeza, literalmente, a las monarquías europeas como comentarista
televisiva y de ello he aprendido etiqueta y protocolo, por afianzar mis conocimientos me
integré a la maestría de imagen pública. Solo que mi camino personal con la imagen
empezó con otras reinas: las de belleza…
En 2019 me contrataron para traducir en la televisión mexicana el concurso Miss
Universo. No solo lo estudié a fondo sino que lo comprendí como un concurso de imagen
pública femenino y no como un certamen de belleza física. Quedé tan maravillada que le
solicité una cita con la ex Miss Universo y primera mexicana en obtener el título, Lupita
Jones, la hacedora de reinas de belleza, y le pedí que me preparara para ser una
conductora del nivel de una Miss Universo.
Lupita me dijo que podría hacer de mí una gran mentira, pero que a mí me veía diferente:
una amiga cálida, la vecina chismosa pero divertida que sabía muchísimas cosas que nadie
más les iba a contar. Que yo no necesitaba ser rubia, ni flaca ni veinteañera para destacar,
que no necesitaba estar en la televisión abierta para sentirme importante sino aprovechar
las nuevas plataformas digitales.
Lo único que necesitaba era un entrenamiento para hablar en público y conocer mi
imagen a través de mi book personal. Después de 6 meses de entrenamiento con su
equipo de preparación de reinas de belleza salí contenta y segura de mí misma. Yo no
concursaba en Miss Universo, pero me sentí como si hubiera ganado el certamen de las
Miss Universo de los medios y la televisión. Es más, me sentía tan poderosa que creí que
podría aprender a hacer sentir a otras mujeres “normales”, como yo, a sentirse
extraordinarias.
Me di cuenta de que no solo necesitaba preceptos de imagen pública para complementar
mi trabajo, sino que yo misma necesitaba entender a la imagen desde dentro, algo que
después conocería a profundidad gracias a la imagen humanista de la maestra Vanessa
Navas -a quien la vida me puso en la serendipia de lo que es para ti- para comprender más
que aprender, que la imagen y el éxito no son apariencias sino pasiones.
A Vanessa la conocí cuando me propuso dar una conferencia sobre la imagen pública de
Karl Lagerfeld en Imatge Consulting. Yo me encargaba entonces de las ediciones
especiales de la famosa revista de sociales CARAS MÉXICO. Durante varios años fui la
pluma de los contra nichos en una revista de niñas rubias de Las Lomas (yo, que era rolliza
y new money de San Jerónimo, de profundos ojos negros y afición por la literatura y el
futbol).
Siempre escribí con ellas sobre lo que nadie quería: la cultura, los relojes y los autos, los
vinos y los whisky -tan difíciles de tragar-, y la realeza. Específicamente me quería dedicar
a este último rubro como especialista, ya que mi olfato periodístico de casi tres décadas
me hizo ver que se cocinaba una ola informativa poderosa y yo quería estar ahí. Los únicos
especialistas eran los internacionalistas políticos de la tele o bien la redactora de la revista
competencia. Me dispuse a convertirme en la primera especialista de realeza y sociedad
en el país.
Cuando me di cuenta de lo que implicaba aprender sobre monarquías me lo tomé a
pecho. Me involucré en la historia, el protocolo y la etiqueta, en la política y la
Constitución. Fue como meterme a hacer una licenciatura pero como autodidacta (hasta
que le puse orden y estructura con verdaderos estudios profesionales) y al mismo tiempo
empecé la maestría de imagen pública en Imatge Consulting. Todo ello en conjunto me
construyó.
No solo aprendí a interpretar pinturas monárquicas gracias a la clase de apreciación del
arte de Claudia Cobo, no solo supe leer la imagen a través de la psicología de Félix
Hompanera, sino que aprendí a percibir cómo a lo largo de los siglos, la imagen no cambia
y es siempre la misma. La realeza ha sido mi mejor receptáculo para practicar lo aprendido
desde Lupita Jones hasta Vanessa Navas. Entendí que Andrea Meza la mexicana Miss
Universo 2021 y Napoleón Bonaparte o Victoria I tenían un propósito común:
Todos ellos posaban como emperadores con los mismos símbolos que hoy transmiten
poder, autoridad y lejanía, aunque la nueva monarquía se sostenga en el poder blando y la
filantropía. El glamour, la elegancia y el brillo monárquico permanecen. Quizás con tiaras
de princesas o con vestidos bordados con piedras Swarovski, quizás con glitter en las
sombras o diamantes en los pendientes, y a veces, en las florituras de nuestro lenguaje
verbal o escrito. Pero todas las reinas y reyes buscamos transmitir autoridad en nuestro
deber, en nuestro trabajo y obligación,
Pero hay algo más que aprendí en el tercer cuatrimestre de mi maestría que cuestiona
todo lo anterior: NO importa cuántas pinturas con orbes y armiños, libros y anillos te
hagas, si no sabes cuál es tu pasión y si no crees en ella no vas a conocer tu verdadera
imagen y no podrás engañar a nadie fingiendo.
Hoy entiendo y transmito en mis foros que la princesa Diana de Gales no era tan buenabuena,
ni la actual reina consorte Camilla, su némesis, tan mala-mala, ni Letizia la bruja
trepadora reina de España por tener carácter y decisión, ni Meghan Markle es tan
maniquea o tan bondadosa según el cariz con el que se le mire. Ellas, todas, se distinguen
por sus pasiones. Lo que las mueve las define. Nos define.
Así pues, Enrique Octavo es recordado por sus seis esposas y dos decapitadas, y no por el
largo periodo de paz que tuvo Inglaterra en 35 años y enriquecer al país por el comercio.
Nadie recordará al rey George III por la reconstrucción de Londres como lo conocemos
hoy sino porque estaba loco y sale en Bridgerton. A nadie le importa si la reina Victoria
reanudó relaciones con la Europa dividida, porque la gente solo se preocupa porque fue la
eterna viuda. Nadie recordará a Isabel II por tener cualidades tan regias como el deber y la
discreción, sino por sus trajes de colores y sus simpáticos corgis.
Tal vez en años por venir nadie me recuerde por haber sido la voz de la realeza en México.
Tal vez sí… Al igual que a los personajes mencionado, al final nos movemos por las
pasiones, incluso quienes llegan ahí por su deber, como los reyes, pueden ser buenos o
malos monarcas si no se apasionan por eso que ellos llaman con tanto orgullo duty. El
deber. Dicen sus antiguos asistentes que a la reina Isabel II le encantaba ser reina y ese es
el secreto de su éxito. Me dijo Andrea Meza en una entrevista no podría ser poderosa si
no se hubiera apasionado por el largo camino de la plataforma de Miss Universo. Si el
camino es largo, la pasión debe ser aún mayor.
Al final, la corona -la obligación- que llevemos en la cabeza será la pasión por la que
seremos recordados, por quiénes y por qué. La imagen pública es la imagen personal,
nace de nuestra intimidad y nuestros deseos. Es la que nos mueve, la que nos construye,
la que nos define, la que nos conmueve y nos causa empatía o rechazo hacia los demás.
Las pasiones lo son todos.
Seamos reinas o plebeyas.
Por Gabriella Morales-Casas